“Perdone, ¿sabe quién es?”, preguntaron de forma intimidatoria, “¿y a qué está esperando?”. Nombres, ciudades y estudios diferentes que nunca olvidaríamos, y nos mantendrían unidas hasta hoy.
Dicen que los comienzos nunca fueron fáciles y, esta vez, no podría ser de otro modo. Nadie imaginaría que una tristeza por dejar algo atrás se apagara con un simple toque en la puerta.
Nuestros caminos estaban destinados, sólo necesitaban un cruce: el Colegio Mayor San Agustín.
Llegábamos al Colegio como niñas sin rumbo, en busca de esa compañía que nos diera el impulso que necesitábamos. La paciencia de Carol, el tesón de Gema y la fortaleza de Mila formaron el equipo perfecto con el que crecimos, nos equivocamos e intentamos aprender.
Juntas, los obstáculos se convertían en anécdotas, los días más oscuros en otros llenos de alegría. Las paredes del Mayor se convirtieron en nuestro hogar y testigo de nuestra creciente amistad. Así, poco a poco, fuimos acumulando recuerdos, risas y momentos de confidencias, que hicieron crecer en nosotras una unión inseparable.
Café caliente en los ratos de estudio, necesario abrazo sin necesidad de palabras, armarios colectivos que nos solucionan una noche… Contábamos con una mano amiga, estábamos seguras de que todo saldría bien.
Gracias a ti, SanAgus, ahora no sólo nos queda esta bonita amistad, sino una verdadera familia.