Hoy estoy jubilado. Resido en Badajoz. Mi vida laboral se ha desarrollado casi íntegramente en Telefónica, donde he sido profesor, responsable de Selección y Formación en una Zona Telefónica (Noroeste), Subdirector provincial, miembro del Proyecto Perú….
Vida académica también variada. Ingeniero Industrial, y Licenciado en Historia. Hoy redactando mi tesis doctoral sobre campamentos romanos. Jamás he dejado de estudiar, y nunca lo haré.
No hace mucho, aprovechando mi participación en un congreso en la Complutense, visité el San Agustín. Fue la acción más acertada no ya del día, sino del mes. ¡Qué hermosa sensación! Revivir la etapa más genuinamente universitaria de mi vida, durante unos minutos. Hoy me piden que exponga qué valores destacaría de mí estancia en el Colegio. Con espacio necesariamente breve, dejo de lado las anécdotas, que fueron muy divertidas, y muy llenas de compañerismo (primer valor). Pero el más importante e impreso permanentemente por haber pasado por el Colegio, fue saber apreciar el sentido de la justicia. Yo era uno de los más populares. Puede que muchos recuerden al Yeti, (yo). Nunca fui nombrado colegial. ¿Por qué? Porque no hubiera sido justo, ya que mi popularidad, no iba pareja a mis logros académicos, que es lo que debía evaluarse. Lo agradezco muchísimo, porque me enseñó a proceder éticamente en la vida, dando importancia a lo que la tiene y no a los “adornos”. Y esto ¿cómo es así? Pues porque un hombre, Aurelio Agustín – ¿le conocéis no?–, hace ya dieciséis siglos, pensó acerca del proceder recto. Y encontró una máxima–resumen, (que encima es bella, como luego dijo Einstein que debía ser una fórmula física), capaz de contener su esencia ética:
“Dilige et quod vis, fac” (Ama y haz lo que quieras). Y ser consecuente con ello, claro. ¡Qué tío!